viernes, 15 de febrero de 2013


Me he aprendido de memoria la mancha blanca que hay en el techo. A veces la veo desenfocada por la nebulosa de lágrimas y alcohol. Puede que sea de las pocas cosas que he aprendido en este tiempo. He aprendido a mirar una mancha. Desde abajo, como siempre. Y creyéndome gigante, la última hoja de la copa del árbol, y darte cuenta de que ni siquiera eres raíz. Eres la piña que se cayó al suelo por frágil. La misma que los jabalís han decidido no comerse. La que seguirá allí hasta que se convierta en materia, suelo, tierra. Y volver a empezar, y en verdad no empezar nunca.

Porque te inventaste un cerocomacinco que se quedó en menosuno. Y de ahí no arranca. No. 

Cuento los últimos años según las despedidas y los reencuentros. Con el tiempo acabas acostumbrándote a echar de menos. 

(no)adiós.


Se han acabado las coplas. Aunque cantaré cada una de mis acciones, como tú lo hacías. Hoy cantaré que siento haber estado lejos. Las gallinas han dejado de revolotear y he acabado creciendo tanto que ya no entro en el corral. Permíteme que me guarde tus historias. Todas y cada una. Las de la guerra, las que adoraba y odiaba por igual. En mi cabeza seguiré haciéndote dibujos sentado en tu balcón, y ya seguro que el rosal no querrá seguir creciendo. Yo seguiré haciéndolo, por si puedes verlo desde algún lugar. Aunque tú puedes seguir llamándome Carlitos. Siempre.