Me he aprendido de memoria la
mancha blanca que hay en el techo. A veces la veo desenfocada por la nebulosa
de lágrimas y alcohol. Puede que sea de las pocas cosas que he aprendido en
este tiempo. He aprendido a mirar una mancha. Desde abajo, como siempre. Y
creyéndome gigante, la última hoja de la copa del árbol, y darte cuenta de que
ni siquiera eres raíz. Eres la piña que se cayó al suelo por frágil. La misma
que los jabalís han decidido no comerse. La que seguirá allí hasta que se
convierta en materia, suelo, tierra. Y volver a empezar, y en verdad no empezar
nunca.
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